El déficit de atención y la impulsividad son dos de las manifestaciones más comunes en la infancia que pueden afectar el desarrollo cognitivo, emocional y social. Aunque pueden presentarse de forma aislada, es habitual que ambas características formen parte de un diagnóstico de Trastorno por Déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDAH), un trastorno del neurodesarrollo que afecta a un número creciente de niños y niñas en edad escolar.
Entender cómo se manifiestan estos síntomas, y sobre todo, cómo pueden afectar al desarrollo global del menor, es fundamental para actuar a tiempo y ofrecer una intervención adecuada que mejore su calidad de vida.
¿Cómo se manifiesta el déficit de atención en niños y niñas?
Un niño con déficit de atención puede parecer distraído, soñar despierto o tener dificultades para seguir instrucciones. Estas señales suelen observarse especialmente en el entorno escolar, donde se exige concentración sostenida y capacidad para organizar tareas. Algunos indicadores frecuentes son:
- Dificultad para mantener la atención en clase o durante las tareas
- Olvidos constantes de materiales o deberes
- Tendencia a no terminar lo que empieza
- Problemas para organizarse
- Cambios frecuentes de actividad sin completarlas
Estos comportamientos no siempre son fáciles de identificar, ya que algunos niños pueden compensar momentáneamente estas dificultades con esfuerzo o inteligencia. Sin embargo, si persisten en el tiempo y afectan su rendimiento o autoestima, es recomendable realizar una evaluación neuropsicológica.
¿Qué implica la impulsividad en la infancia?
La impulsividad es la tendencia a actuar sin pensar en las consecuencias. En el caso de los niños y niñas, esto puede traducirse en:
- Interrumpir conversaciones o juegos
- Dificultad para esperar turnos
- Reacciones exageradas o fuera de lugar
- Conductas de riesgo o poco reflexivas
- Problemas para controlar emociones
La impulsividad puede generar conflictos en el aula, en casa o en los juegos con iguales. Además, muchas veces se malinterpreta como mala educación o desobediencia, cuando en realidad hay un componente neurológico detrás que impide al menor regular adecuadamente su conducta.
¿Cómo afecta al desarrollo?
Tanto el déficit de atención como la impulsividad pueden interferir en distintas áreas del desarrollo:
- Académico: bajo rendimiento, frustración, desmotivación
- Emocional: baja autoestima, sensación de fracaso, ansiedad
- Social: dificultades para hacer y mantener amistades, conflictos con adultos y compañeros
- Familiar: tensiones por la falta de comprensión de los comportamientos
Cuando estas dificultades no se abordan a tiempo, pueden derivar en problemas más complejos durante la adolescencia, como trastornos del estado de ánimo, fracaso escolar o conductas disruptivas.
La importancia del diagnóstico y la intervención
El primer paso ante la sospecha de TDAH u otras alteraciones relacionadas con la atención y el control de impulsos es realizar una evaluación neuropsicológica completa. Esta permite conocer con precisión el perfil cognitivo del niño o niña, diferenciando entre lo que es propio de la etapa evolutiva y lo que puede indicar un trastorno del neurodesarrollo.
Una vez detectadas las dificultades, se pueden plantear diferentes estrategias de intervención:
- Reeducación neuropsicológica: para mejorar funciones como la atención sostenida, la planificación o el autocontrol.
- Psicoeducación para familias y docentes: aprender a comprender y manejar los síntomas.
- Técnicas de modificación de conducta: para reforzar conductas adecuadas y reducir las problemáticas.
- Colaboración con el entorno escolar: adaptaciones y seguimiento para facilitar el aprendizaje.
El déficit de atención y la impulsividad no son simplemente «falta de disciplina». Son manifestaciones de un funcionamiento cerebral diferente que, con un buen diagnóstico y una intervención adecuada, puede mejorar notablemente. Detectarlas a tiempo es clave para prevenir consecuencias a largo plazo y favorecer un desarrollo más armonioso.